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Foto del escritorPepe Ramos

UN RELATO INÉDITO




Hoy os comparto lo que dice el título, un relato inédito, nunca publicado. Besos y abrazos a repartir.


SEÑALES


Punto, raya, punto, punto, raya, raya.

Llevo dos horas escuchando el mismo sonido, lo he aprendido de memoria, me martillea, me taladra los tímpanos, se clava en mi cerebro y me está volviendo loco. He cogido un cuchillo, quiero cortarme las orejas, arrojarlas en medio del bosque para dejar de oírlo, pero no puedo.

Esta mañana fui dando un paseo al museo de las telecomunicaciones, tenía curiosidad por saber como ha evolucionado a través de los años la comunicación entre los humanos, y a pesar de que estaba lleno de curiosos artilugios, me llamó poderosamente la atención el telégrafo. Estaba en una urna de cristal, aislado del resto de las cosas allí expuestas. Bajo el aparato una tablilla con el abecedario en código morse. Me paré un instante para verlo mejor.

Entonces, ocurrió algo muy extraño, aquel viejo trasto que no estaba conectado a ninguna parte empezó a moverse, a golpear con el punzón la base metálica. Miré a mi alrededor, pero la escasa afluencia de público, en especial en la sala en la que me encontraba, no mostraba interés alguno en el mismo, y por un instante me planteé si de verdad lo había visto moverse y escuchado ese sonido que emitía, o todo había sido fruto de mi imaginación.

Me agaché un poco más y comprobé, con cierto temor que no sufría alucinaciones, aquello se movía, y parecía que seguía un ritmo concreto. Fue al traducirlo cuando el miedo me invadió: “Voy a por ti, voy a por ti”. Corrí todo lo que pude, mientras la gente me miraba sin entender nada, señalándome y murmurando que parecía loco, y tal vez lo estuviera.

No me detuve hasta que no crucé la puerta de mi casa. Pero ese sonido me seguía acompañando, martilleándome sin cesar. Me metí en mi habitación y cuál fue mi sorpresa al encontrarme sobre la mesita de noche el mismo aparato del museo. Lo sé porque nunca tuve ninguno, y aquel tenía las mismas muescas del uso del tiempo que el que había visto en una vitrina.

Intenté deshacerme de él, arrojándolo por la ventana, rompiéndolo con un martillo, pero siempre aparecía de nuevo en la mesita de noche, con el repiqueteo constante, emitiendo siempre la misma frase, la misma amenaza: “Voy a por ti, voy a por ti”.

Dos horas y cinco minutos. No lo soporto más, abro la ventana y salto, sonrío aliviado mientras desciendo velozmente pensando en que todo habrá acabado cuando golpee contra el gris asfalto. Se oye un ruido seco, es el de mi cabeza al reventar, y mientras la vida se me escapa sigo escuchando punto, raya, punto, punto, raya, raya.

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