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  • Foto del escritorPepe Ramos

TERCER PUESTO EN EL CONCURSO DE EDITORIAL DONBUK

Actualizado: 3 jul 2021

EL VIEJO SALOON (La foto pertenece a la antología en la que aparece)



Mike llevaba ocho horas cabalgando y tanto él como su montura, el precioso Roney, empezaban a mostrar síntomas de fatiga. Se dirigía a Townstone City, un pequeño pueblo perdido entre las arenas del desierto, cuyo único interés y el motivo por el que había sido construido, era la mina de oro que se había encontrado no hacía mucho. En cuestión de unos meses había crecido de la nada hasta convertirse en lo que ahora era, un pueblo lleno de vida, pero perdido en medio de la nada. Tan solo dos diligencias entraban y salían del pueblo, una por la mañana, otra por la noche. Si alguien, como él, quería acceder al pueblo fuera de los horarios de las mismas tenía que hacerlo por sus propios medios.

El sol golpeaba con fuerza, a pesar de que había empezado el camino temprano y no había parado salvo para dar de beber al jamelgo, el sol cada vez más alto en el cielo calentaba de lo lindo. Si no encontraba pronto el maldito pueblo, no sabía muy bien que hacer ya que no tenía plan B. Entonces, a lo lejos apareció la silueta de un edificio. No se alegró de entrada, ya que pensaba que se trataba de un espejismo, tan propio de los lugares áridos como en el que se encontraba. Pero a medida que se acercaba, crecía en tamaño, pero no acababa de convencerse del todo, ya que era un único edificio, no parecía haber nada más ni en las cercanías ni en kilómetros a la redonda, Cuando lo tuvo delante un suspiro de alivio se escapó entre sus dientes ennegrecidos por el tabaco y la falta de higiene. TIM SALOON, se podía leer justo sobre la puerta. Había un abrevadero para que el caballo pudiese beber y un lugar en el que atarlo justo al lado, pero salvo él no parecía haber nadie más en aquel edificio de madera vieja y desgastada que tenía ante sí. Desmontó y dejó a Roney atado, y raudo como era no tardó en meter el hocico en aquella agua limpia y fresca del abrevadero. Mike suspiró, se subió un poco los pantalones y tras empujar con sus manos las puertas abatibles tan propias de aquellos antros, entró. No había duda, no era ningún espejismo, era un lugar real, sólido, viejo y algo destartalado, pero a juzgar por el ruido de sus zapatos golpeando el suelo, real.

No había nadie dentro, salvo el hombrecillo detrás del mostrador y él. El lugar estaba limpio, se notaba que tenía muchos años a sus espaldas por el aspecto general de la madera, pero no había polvo sobre las estanterías de los licores, ni sobre la mesa, ni en las maderas sobre las que caminaba. El hombrecillo sonrió al verlo entrar y en cuanto se hubo sentado aquel forastero en un de los taburetes de la barra, le preguntó que deseaba tomar. Mike lo pensó un rato y dijo:

-Un whisky, doble, con hielo y algo para comer.

Por única respuesta, tres segundos después tenía junto a su mano, un vaso ancho, con tres cubitos de hielo y un líquido dorado en su interior. Pasados unos minutos, un delicioso bistec de ternera, en su punto, con patatas fritas era colocado por aquel hombrecillo. Mike le miró, y este le sonrió. Probó un poco y solo podía decir una cosa, y es que nunca había comido nada tan delicioso. Miró de nuevo el interior del local y comprobó, una vez más lo vacío que estaba y no entendía como un lugar en el que se servía una comida tan deliciosa y un whisky de tan gran calidad, podía estar desierto. Cuando acabó con todo, el camarero le preguntó:

-¿Desea algo de postre?

-¿Tiene tarta de manzana?

De nuevo la única respuesta que obtuvo fue una amplia sonrisa y un plato en el que un trozo generoso de tarta, cubierto de nata montada hacía su aparición. No pudo por menos que reconocer que estaba tan bueno como todo lo que había tomado hasta ese momento. Como cerca de donde estaba apoyado había un cenicero, que por cierto estaba impoluto, sacó el paquete de tabaco del bolsillo de su camisa, se encendió un cigarrillo y tras pegar dos o tres caladas y exhalar varias veces un humo azulado, preguntó aquello que llevaba rato barruntando:

-¿Siempre está esto tan vacío?

-Bueno, no suele venir mucha gente por aquí, esto está muy lejos de todas partes.

-¿Y entonces por qué tener abierto un local como éste en medio de la nada?

-Precisamente para viajeros como usted que necesitan un lugar en el que descansar, reponer fuerzas, beber o comer.

-¿Y le resulta rentable?

-A veces, en la vida, no todo es cuestión de dinero.

Mike lo miró, seguía teniendo aquella sonrisa que no le había abandonado desde que le vio entrar, y quiso decir algo, pero se lo pensó mejor y permaneció en silencio. Como la conversación pareció acabar, el hombrecillo se giró, cogió un trapo situado en un cajón y se puso a limpiar los vasos situados en un estante situado a su derecha. Mike, por su parte, siguió dando caladas al cigarro hasta que casi no lo podía sujetar con los dedos y soltó lo poco que quedaba en el cenicero. Se giró hacia la puerta y estudio con detalle aquel lugar. Quedaba claro que era un lugar que había pasado por momentos mejores hacía muchos años. Cinco mesas redondas con seis sillas cada una, ocupaban la mayoría del local, y un piano blanco en un rincón, completaban el mobiliario. Todo muy rústico, todo muy normal.

Ocurrió todo de manera tan rápida que no podía ser real. Aquel piano empezó a mover sus teclas sin que nadie las tocase. Abrió los ojos para asegurarse que no estaba soñando ya que las mesas que antes estaban vacías, ahora estaban llenas de gente, de vaqueros como él jugando a las cartas, bebiendo cerveza y fumando. De repente uno de aquellos hombres se levantó y disparó a un compañero de timba, que al caer al suelo dejó ver las cartas que tenía en la mano: doble pareja de ases y jotas, la quinta carta había caído boca abajo y no podía saber cual era. Pero desde que Wild Bill fue asesinado con esa jugada, se la conocía como la mano del muerto.

Un frío intenso llenó el local, el aliento de Mike era gélido y formaba gotitas de hielo al exhalarlo, se giró hacia el camarero, el hombrecillo que le había atendido todo este tiempo y su rostro palideció, aquella figura podía ser muchas cosas, pero de todas esas cosas lo que quedaba claro es que no era humana.

-Mike -le dijo aquella cosa que antes había sido un hombrecillo y ahora sonaba aterradora- las cartas han hablado, tu hora ha llegado, ¿un último deseo?

No pudo articular palabra. Su cabeza caía sobre el mostrador. Estaba muerto.

-Bienvenido a mi casa. Soy tu deseo más profundo, aunque no lo sepas. Soy quién siempre te ha esperado, sin tu saberlo. Soy quién siempre cobra sus deudas, aunque no tengas. Soy el final de todo, y el principio de nada. Soy la muerte, y tú mi invitado.

Fuera el relincho de un caballo sonó. El sol seguía brillando con fuerza, pero una nubes negras se acercaban veloces, acompañadas por viento que poco a poco arrastraba la arena, produciendo un extraño y aterrador siseo, mientras el viejo saloon se iba desvaneciendo a medida que aquellos pequeños granos lo golpeaban.


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