top of page
Foto del escritorPepe Ramos

MÁS ALLÁ DEL VINO


MÁS ALLÁ DEL VINO


Como todas las mañanas, Pedro se dirigía a la bodega. Su vino, denominación de origen Castilla la Mancha, era sin duda, el mejor de la región. Pero eso no se conseguía solo, era necesario mucho trabajo, tesón y dedicación. Puntual, a las siete y media descendía los dos escalones que separaban el mundo exterior del interior de aquella bodega. La enorme puerta de madera, tenía más de doscientos años, desde que su tatarabuelo, empezó a elaborarlo. Un gran amante de Baco ese hombre. La tradición fue pasando de padres a hijos, y ahora era él el responsable de que aquel vino continuase llegando a los restaurantes más exquisitos, tal era la calidad del mismo.

Llevaba la enorme llave que abría aquella puerta en la mano. Silbaba. Hoy lucía el sol, buena señal. A pesar de los años, la llave y la cerradura encajaban perfectamente, y el portón se abrió sin rechinar, con total suavidad. Ahora, una pequeña escalera descendía hasta el suelo de la bodega propiamente dicho y la oscuridad allí dentro era total. Accionó el pequeño interruptor situado a la derecha llenándose poco a poco el espacio de una luz mortecina, la justa para poder ver y la necesaria para no estropear el líquido de las botellas, muchas de ellas llenas de polvo, de años, y sin duda de un caldo excelente. Inició el ritual cotidiano, el que hacía cada día, primero inspeccionaba las situadas a la derecha, acariciándolas con esmero, luego lo haría con las de la izquierda, y acabaría el recorrido, con los barriles, seleccionaría cuatro al azar, haría una cata, y si todo estaba en orden, lo anotaría y saldría, luego a mediodía haría una segunda ronda, y antes de acabar el día una tercera. Solo así se conseguía tener el mejor vino de Castilla La Mancha, solo así se conseguía la perfección. Llegó hasta el final de la enorme estancia y se disponía a dar la vuelta y salir cuando algo sobre el suelo le llamó la atención. Había un lugar en aquella bodega del que su tatarabuelo le hablaba con misterio, casi con devoción. Era un enorme barril, dos veces más grande que los normales situado en un pequeño recodo al final de todo. Desde la puerta de entrada no se veía. Nunca explicó el motivo por el que aquel rincón era tan especial, pero se fue transmitiendo de generación en generación y nunca nadie puso objeciones. Aquel barril no podía ser movido, ni desplazado, ni reparado. ¿Los motivos? Se los llevó a la tumba, aunque lo correcto sería decir que se los llevó allí donde quiera que estuviera, ya que un día, desapareció, así sin más. Un misterio al que nunca se pudo encontrar respuesta.

Desde la distancia a la que se encontraba solo podía divisar lo que parecía ser un pie. Se preguntó si alguien durante la noche habría entrado a robar, aunque poco iba a encontrar allí, y en la oscuridad intentase salir, tropezase y cayese al suelo. No parecía probable puesto que acababa de entrar él y como pudo comprobar la puerta estaba cerrada.

-¿Hay alguien? -preguntó.

La única respuesta fue el silencio. Permanecía quieto, y desde la posición que ocupaba, sin moverse, volvió a preguntar. De nuevo el silencio por respuesta. Sacó el teléfono móvil de su bolsillo, encendió la linterna y con paso trémulo se dirigió hacia aquel cuerpo, que a medida que se acercaba quedaba claro que era eso. Cogió con la otra mano una barra de metal, que usaban para separar las lamas de los barriles más viejos. Toda precaución era poca.

-¿Se encuentra bien? -preguntó.

Ninguna respuesta. Estaba claro que o bien estaba inconsciente, o estaba haciéndoselo, o lo que era peor: estaba muerto. Ojalá la última opción fuera la incorrecta, tendría que llamar a la policía, eso no era bueno para el vino ya que la luz estaría encendida más tiempo del necesario, el trasiego de la gente allí dentro sería numeroso, y todo eso afectaría al líquido contenido en los recipientes. Rezó para que esa pesadilla no se hiciese realidad. Envuelto en sus pensamientos había llegado junto al cuerpo. No se movía y el mal sueño empezaba a tomar forma. Ahora que se fijaba había algo extraño y tardó poco tiempo en saber qué era: los ropajes, estaban desfasados. Enfocó la linterna a aquel rostro y palideció. ¡Era imposible! En el pasillo de la oficina de la bodega situado en el otro edificio, estaban los retratos de todos sus antepasados y no quedaba ninguna duda. Conocía aquel rostro casi de memoria, era el orgullo de toda la familia, era el fundador de la empresa, el creador del mejor vino de la región. Era su tatarabuelo.

Pero era imposible, llevaba más de ciento cincuenta años desaparecido. Se acercó con miedo, con mano temblorosa acercó sus dedos al cuello, no había pulso, estaba claro que estaba muerto. Parecía reciente, el cuerpo estaba todavía algo caliente, volvió a enfocar aquella cara. Los ojos eran inconfundibles, el hoyuelo de la barbilla también, el bigote retorcido era el mismo. ¿Cómo podía un hombre que llevaba más de siglo y medio desaparecido aparecer muerto de repente como si nada? Se alejó, dejó la barra de metal apoyada en un barril y mientras abandonaba el lugar hizo tres llamadas, una a la policía, las otras a sus hermanos, que le cosieron a preguntas cuando dijo que había encontrado un cadáver en la bodega, pero no les dijo lo que sospechaba, no quería que le tomaran por loco, pero estaba empezando a sospechar que lo estaba. No tardó en presentarse la policía, y casi al unísono lo hacían sus hermanos. Los agentes le saludaron y preguntaron;

-¿No ha entrado nadie desde que nos llamó?

-No, señor.

-¿Podemos entrar entonces?

Y dirigiéndose a uno de sus hermanos le dijo:

-Juan, ¿puedes traer el retrato del tatarabuelo por favor?

-¿Para qué?

-Tráelo, ahora te lo explico.

-Agente, deme unos minutos, en cuanto mi hermano venga abriré la puerta.

-¿Tan importante es?

-Quiero que lo vean con sus propios ojos.

-¿Ver el qué?- pregunto su hermano Santiago.

-Que no estoy loco.

Aquella afirmación lo único que hizo fue sembrar la incertidumbre. Los agentes se miraban con cara de sorpresa y su hermano no paraba de agitarse sin acabar de entender lo que Pedro decía, pero su cara, la palidez que mostraba, no era normal. Algo había pasado allí abajo y parecía ser gordo. Durante unos segundos, que se hicieron eternos nadie dijo nada, se limitaron a mirarse unos a otros hasta que Juan apareció con el retrato. Al verlo Pedro no pudo evitar sentir un escalofrío, no le quedaba ninguna duda.

-¿Para qué lo quieres? -preguntó.

No contestó, se limitó a abrir la puerta, entró el primero, encendió la luz, dejó pasar a los demás y señalando el lugar donde descubrió el cadáver dijo:

-Está allí al fondo.

Los agentes descendieron primero, luego Pedro y a continuación sus hermanos. Durante los metros que recorrieron, nadie se atrevió a abrir la boca. La tensión se podía respirar, mezclada con el polvo y el aroma del vino.

-¿Lo ha movido? -preguntó uno de los policías.

-No, lo único que he hecho ha sido tomarle el pulso.

-Está claro que este hombre está muerto, pero ¿qué hace vestido así? -preguntó uno de los policías.

-A lo mejor estaba en una fiesta de disfraces y se coló aquí por error -dijo el otro agente con una sonrisa.

-La única puerta de entrada es esa -dijo Pedro señalando por la que ellos habían accedido- y estaba cerrada cuando he llegado.

Movieron el cuerpo hasta que su cara quedó visible. Entonces, sorprendiendo a todos, Pedro arrebató el retrato a Juan, lo colocó junto al hombre muerto y todos quedaron atónitos, el rostro de aquella foto y el del cadáver eran el mismo. La ropa también.

-¡Es imposible! -grito Juan que también estaba pálido.

-¡Lleva desaparecido más de un siglo! – exclamó Santiago.

-Es cierto que el parecido es increíble -dijo uno de los policías- pero seguro que hay una explicación, no puede ser ese hombre.

-Por eso te pedí que trajeras la foto, porque no me ibais a creer.

El silencio llenó toda la bodega. Unos miraban a otros, los otros a los unos. Nadie podía creer lo que todo parecía indicar. Para los agentes de policía, que no dejaban de rascarse la cabeza, acostumbrados a cosas lógicas, todo aquello carecía de sentido y seguro que, si profundizaba, algo sensato podían intentar deducir. Para los tres hermanos aquello era tan sorprendente que no podían articular ninguna palabra.

-Tiene que haber una explicación -dijo uno de los policías.

-Mira -dijo el otro- tiene algo en el bolsillo.

Con sumo cuidado extrajeron el documento. Parecía tan antiguo como todo lo que acompañaba a aquel cuerpo. La letra era de esas que se enseñan en caligrafía, recargada, elegante, anticuada. El texto, lejos de aportar soluciones, añadía un nuevo enigma al conjunto. Explicaba el motivo por el que el vino que se hacía en aquella bodega, en aquel lugar de Castilla la Mancha, era tan excelente. Hablaba del ingrediente secreto que solo existía en aquella tierra, y que le daba ese sabor tan exclusivo.

Cuando acabaron de leerlo, los rostros de todos eran la viva expresión de la sorpresa. ¿Estaba el tatarabuelo loco? ¿De verdad aquella tierra tenía un secreto tan sorprendente? ¿Podía estar la respuesta a millones de años luz de distancia? De nuevo se cruzaron unas miradas. Solo había una forma de averiguarlo.

-No puede ser. ¿Por qué nadie en la familia lo supo? -preguntó Juan.

-Porque no se puede creer, pero vamos a comprobar si es cierto -sentenció Pedro.

Se acercaron a aquel enorme barril, estuvieron tanteando todo el borde buscando el pequeño resorte que según indicaba el documento encontrado en el cuerpo accionaba su apertura, y de repente ocurrió. La parte frontal empezó a moverse hacia el interior, era cierto, era una puerta que llevaba a un lugar desconocido para todos, sobre todo para los hermanos que iban a descubrir el secreto mejor guardado de la familia. Supuestamente la oscuridad tendría que ser total y sin embargo un extraño resplandor amarillento lo llenaba todo. Los agentes de policía se encontraban en una incómoda disyuntiva, llamar para pedir el levantamiento del cuerpo, o explorar lo desconocido. No tardaron en tomar una decisión: el cadáver no se iba a salir corriendo, así que decidieron acompañar a Juan, Pedro y Santiago. No hacía falta iluminar con las linternas de los móviles, ya que la claridad era suficiente para poder avanzar sin problemas.

¿Cómo definir lo que estaban viendo? No era fácil, pero era soprendente. Las paredes estaban talladas directamente en la roca, estaban cubiertas de extraños dibujos y aquí y allá se veían lo que parecían antorchas que emitían la extraña luz amarilla que lo llenaba todo. El suelo estaba liso, se podía caminar sin dificultad, el aire era respirable y la temperatura era fresca. ¿Hacia dónde se dirigía aquella especie de ancho pasillo por el que circulaban? Solo había una forma de saberlo, adentrándose en él. Iban uno al lado del otro, los policías, más por instinto que por otra cosa, habían desenfundado sus armas. A pesar de ser cinco personas todavía quedaba algo más de un metro a cada lado hasta llegar a la pared. Quién construyó aquello, puesto que era evidente que no era natural, tuvo que realizar un trabajo enorme. No pudieron precisar cuantos metros avanzaron, pero al menos lo habían hecho durante más de diez minutos y lo único que se veía hasta el momento, era unas paredes con dibujos de vez en cuando y unas teas. Nada más. Atrás había quedado el olor a vino, aquel aroma tan particular que solo aquel caldo de Castilla la Mancha, tenía. Alguien sugirió volver hacia atrás, posiblemente uno de los hermanos de Pedro, pero ninguno lo hizo. Pasados unos cuantos minutos más aquel pasillo desembocaba en una enorme sala, cuyas dimensiones eran difíciles de calcular, pero varios campos de fútbol podían caber allí dentro sin problemas. Pero lo increíble se encontraba en medio de todo. Una roca, de un tamaño descomunal con incrustaciones metálicas, ocupaba aquel espacio. Y entonces ocurrió algo fantástico, unas pequeñas criaturas de color gris hicieron acto de presencia. Medían algo más de medio metro y tenían grandes cabezas y unos no menos enormes ojos negros almendrados.

Lo inesperado de esa aparición hizo que reculasen y cayesen. A uno de los policías se le escapó un disparo que impactó en el techo, pero aquellos seres parecieron no inmutarse. Se acercaron aún más y hablaron, aunque ninguna de sus bocas se abrió.

-No tengáis miedo. No os haremos daño.

Infundían mucha paz. Una voz siguió hablándoles:

-Esa piedra que veis viene de un lejano planeta, el nuestro, somos sus guardianes, los custodios de su maravillosa cualidad. Desprende una sustancia especial, única, desconocida en vuestro mundo y que impregna la tierra poco a poco, de manera constante. Esa es la clave del extraordinario sabor de vuestro vino. Tu tatarabuelo la encontró por casualidad -dijo señalando a Pedro- y supo mantener el secreto. Espero que vosotros también lo hagáis.

-¿Qué le ha pasado a él? -preguntó Santiago.

-Murió, hace mucho.

-¿Hace mucho? -preguntó Pedro-. Eso no es posible, hemos encontrado su cuerpo hace un rato y gracias a sus indicaciones hemos podido llegar hasta aquí. ¿Qué le habéis hecho?

Uno de aquellos seres extendió su mano, tocó la cabeza de Pedro y al momento cayó al suelo. Como si de un hipnotizador se tratase, era el mismo efecto. Nadie osaba moverse o mejor dicho, nadie lo hacía; estaban paralizados. Pero no tenían miedo. Dos de aquellos hombrecillos se fueron acercando al cuerpo yacente de Pedro, colocaron sus manos sobre la cabeza del hombre, este se convulsionó un poco pero enseguida quedó quieto. Su rostro mostraba un semblante sereno, una sonrisa de felicidad lo surcaba.

Cuando abrió los ojos, se sobresaltó. Se había quedado dormido sobre la mesa de la oficina. Estaba desconcertado y no sabía muy bien donde estaba. Cogió las llaves y corriendo, casi volando, se encaminó hacia la bodega, abrió la puerta y se dirigió hacia el fondo. ¿Qué esperaba encontrar? No había ningún cuerpo. Se acercó al enorme barril, aquel que no podía ser movido por orden de su tatarabuelo. Recorrió todo el borde del mismo dos veces, una en cada sentido, pero allí no había resortes, ni sistema de apertura ocultos, tan solo era un barril de madera, nada más. Recorrió toda la bodega despacio, mirando en cada rincón, debajo de todos los lugares que estaban algo elevados. No había nada. Algo más relajado se puso a silbar y abandonó el lugar.

Tenía dos pasiones, una el vino, por ello llevaba una de las mejores bodegas de Castilla la Mancha, otra la lectura de novelas de ciencia ficción, no era bueno mezclar ambas cosas, sobre todo si uno se dormía leyendo una de ellas. Todo había sido un mal sueño, solo eso. Regresó sonriendo, casi se podía decir que a carcajadas. Su imaginación le había jugado una mala pasada. En cuanto entró de nuevo en la oficina se sirvió una copa del mejor caldo, la saboreó y la disfrutó como nunca. Era el mejor vino del mundo. Encendió el ordenador y abrió el programa de correo. Había tenido la idea de renovar la etiqueta de la bodega, hacerla más moderna, más acorde al siglo XXI y su diseñador había prometido enviarle esa misma mañana el nuevo modelo. Recorrió con la mirada la bandeja de correo entrante y allí estaba el que esperaba. Lo abrió y esperó que el dibujo se cargara. Al verlo palideció.

Sobre un fondo verde, una piedra con incrustaciones brillantes se veía y a ambos lados de ella dos pequeños hombrecillos grises cabezones la custodiaban, Bajo ellos un lema: “un vino de otro mundo”. Uno de aquellas criaturas le guiñó un ojo cómplice…

1 visualización0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

コメント


bottom of page