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Foto del escritorPepe Ramos

EL INICIO DE "EL ÍDOLO DE JADE"

La historia de esta novela es triste para mí digo. Tras varios años intentando publicarla, consigo que una editorial lo haga, tengo ejemplares para la presentación, y nunca más se supo. Poco después la editorial cerró o no porque todavía no lo sé, pero rescindí contrato, y a pesar de que nunca llegó a comercializarse la novela, resulta que se considera que está publicada porque está registrada con su ISBN y todo. Os puedo asegurar que los pocos ejemplares que se imprimieron me los quedé yo, pero ahora nadie quiere publicarla, otra razón para dejar de lado ese mundo. Pero quiero compartir con vosotros las primeras líneas. Espero que os guste, besos y abrazos a repartir.



CAPÍTULO UNO – Extraños paisajes

1

No sabía muy bien dónde se encontraba. Nada de lo que veía a su alrededor le resultaba remotamente conocido. Todo lo que conseguía divisar era una enorme pradera, de hierba mullida y húmeda, que notaba por qué correteaba descalzo. Ni la ropa que llevaba le resultaba familiar. El cielo estaba plagado de estrellas, bien es cierto, pero ninguna de aquellas constelaciones le era conocida, incluso el olor del aire era rancio, distinto al que podía respirar en cualquier sitio. Pero lo más sorprendente era el color de aquella hierba, era azulada. De hecho todo el paisaje que le rodeaba era extraño, los árboles que se divisaban al fondo, a la derecha, tenían un no menos sorprendente color morado, y los troncos eran de un amarillo aún más increíble. Sobre su cabeza no se vislumbraba una hermosa y crateada luna, sino varias, aunque no tan grandes. Aquello no tenía ningún sentido. Como tampoco lo tenía la perspectiva que tenía ante sí, era extraña, ajena a todo lo que conocía. Se rascó la cabeza incrédulo. ¿Qué estaba pasando?


Siguió caminando, absorto en el paisaje que le rodeaba, aunque extraño, era hermoso, desconcertante, pero bello. Todo cuanto veía estaba envuelto en una fantasmagórica sombra, no menos insólita, que todo cuanto su vista alcanzaba a ver. Volvió a levantar la mirada y observó el cielo sobre su cabeza. No entendía nada, ninguna de aquellas constelaciones tenía sentido. Por un instante se sintió mareado, era como si el enviciado aire que respiraba, le faltase. Se detuvo y se sentó sobre la húmeda hierba, necesitaba sentir el frescor de la misma sobre su piel. Optó por tumbarse, y tras colocar las manos en la nuca, se extendió sobre la interminable pradera que era lo único, junto con el morado bosque, que se divisaba en el horizonte. Entonces su turbación aumentó. Ahora que contemplaba con detenimiento el movimiento de las estrellas se estremeció: giraban en sentido contrario al que tenían que hacerlo, o para ser más precisos, era el suelo en el que se encontraba el que lo hacía.


Pero aquello no tenía ningún sentido. Se incorporó como movido por un resorte, había escuchado algo. Se puso de pie y observó todo lo que había a su alrededor y un escalofrío le recorrió cuando contempló que el paisaje que le envolvía había cambiado. El bosque de árboles morados se encontraba más lejos que cuando se tumbó sobre la hierba, y en aquella llanura en la que no se divisaba nada en el horizonte, se vislumbraban ahora unas colinas. Aquello ya era el colmo. Nada de todo aquello tenía explicación racional. Empezó a caminar de nuevo, hacia los collados que parecían mucho más cercanos, que unos segundos antes, aunque ya no estaba seguro ni de las distancias, ni del tiempo, ni de nada. Tenía dificultades para respirar, el aire que llegaba a sus pulmones estaba enrarecido y a cada paso que daba, la dificultad aumentaba. Finalmente tuvo que detenerse y sentarse de nuevo sobre la azulada alfombra de hierba que cubría todo. Notaba como el pecho subía y bajaba aceleradamente, intentando llenarse de un cada vez más escaso aire. De repente un sonido espectral hizo erizar el vello de su cuerpo. No sabía definir que era, parecía un graznido, un aullido, un bramido, o solo Dios sabe qué. Volvió a escucharlo y esta vez un escalofrío le recorrió. Aquello sonaba demoniaco. Se incorporó nuevamente, y a pesar del escaso aire que le rodeaba, corrió con todas las ganas con las que fue capaz, pero sufrió un nuevo sobresalto: ya no había colinas frente a él, y el bosque ya no estaba a su izquierda, se había desplazado, sin saber de qué manera a su derecha.


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