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  • Foto del escritorPepe Ramos

DÍA 8, RELATO 8





CAMA VACÍA

Cuando aquella mañana despertó lo único que veía sobre la mesa baja del salón frente a la chimenea, era una botella de cava y dos copas, en las que los restos del brillante elemento refulgían bajo los rayos del sol, emitiendo destellos dorados sobre las paredes. Era un bonito espectáculo. Se giró y miró hacia el otro lado de la cama. No había nadie. Sobre la almohada restos de perfume le llegaron cuando la movió y entonces vio el sobre bajo la misma. Estaba escrito con la letra menuda y redondeada con la que solía hacerlo y otra oleada de fragancia le embriagó. Abrió el sobre color crema y sacó la hoja de pergamino que en su interior había. Estaba escrita con la misma letra y nuevas sensaciones le abrazaron cuando aspiró nuevamente la esencia que desprendía. La leyó sentada sobre la cama y apoyada en el cabezal. Cerró los ojos, no podía creer lo que la misiva decía. Recordó los momentos vividos la noche anterior, la cena en el restaurante junto al lago, bajo la luz de una luna llena preciosa, la suave brisa acariciando sus rostros mientras una agradable música de piano acompañaba la velada. Había velas en cada mesa y una rosa roja. Él la cogió, la miró a los ojos y le dijo lo hermosa que era, más que cualquier flor.


Ella se sonrojó, cogió la copa de vino y brindaron, entrelazándose las manos y saborearon aquel néctar rojo que les supo a gloria. Entonces él se levantó, dio toda la vuelta a la mesa y posó sus labios sobre los de ella, con dulzura, con ternura. Fue un beso maravilloso, la noche era perfecta y todo era bucólico. Luego bailaron pegados durante toda la noche, se besaron y se dijeron mutuamente lo mucho que se querían. Más tarde se marcharon al hotel donde habían reservado habitación. Miles de estrellas les saludaban con su brillo, mientras la vía láctea al fondo parecía guiarles, al paraíso. Se bajaron del coche, y pisaron la verde y fresca hierba del jardín del hall de entrada al hotel, donde una suite enorme les esperaba.


Estaba llena de velas y pétalos de rosas lo cubrían todo. Sobre la pequeña mesa del salón y frente a la chimenea una botella de cava, dos copas y una caja de bombones para acabar la noche. Se arrodillaron ante el fuego y descorcharon la botella, vertieron un poco en cada copa y saborearon el oro líquido que contenía. Nada podía ser más maravilloso. Todo era felicidad. Hasta que leyó la carta. Sus ojos no podían contener las lágrimas que de ellos se desbordaban. Él no estaba y no estaría nunca más. Se había ido para siempre. Tenía una enfermedad incurable y aquella había sido la última noche de su vida. Y quiso pasarla junto a la única mujer que había amado. Ahora miraba a su lado y solo veía una cama vacía. Acarició las sábanas y lloró. Se levantó y se dirigió al balcón, hacía una mañana maravillosa, los pájaros llenaban el aire con sus cantos y la belleza que envolvía el paisaje parecía surgida de una fotografía. Se subió sobre la baranda, sintió el aire fresco sobre su cara y el frío del metal de esta en sus descalzos pies. Soltó la última lágrima y lanzó un último beso a la inmensidad azul del cielo que la miraba.


Saltó.

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