EL GATO NEGRO
Allí seguía mirándome fijamente, sobre el baúl abandonado junto a los pies de la cama, sentado en sus patas traseras, sin moverse con sus ojos puestos en los míos. Su sola presencia me aterrorizaba, cada vez que maullaba, un poco de mi vida se escapaba. Sólo esperaba que mi alma abandonara mi cuerpo definitivamente para llevársela. Ese era su cometido, era un cazador de almas, y no se movería hasta tener la que quería. Y ahora esa era la mía.
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