top of page
  • Foto del escritorPepe Ramos

UN RELATO


Hoy os dejo un relato que en esta ocasión fue publicado en la antología que se editó para el V Encuentro de escritores en Madrid. Espero que os guste, besos y abrazos a repartir.


EL MONASTERIO

Los primeros rayos de sol tardarán todavía un rato en hacer aparición, pero para los monjes que se dirigen a rezar, es la mejor hora. Van a estar en contacto con su Dios, recogidos en la pequeña iglesia situada en el claustro, luego tendrán que dirigirse cada uno a sus quehaceres, después de nuevo a rezar, meditación, comer. Todos los días lo mismo, de lunes a domingo. Es la vida que han elegido llevar, su fe es la que les rige. Uno a uno se van arrodillando, mientras el abad se dirige al atril donde se encuentran las Sagradas Escrituras abiertas en el pasaje del día. La única iluminación de la estancia es la que procede de las dos velas que, situadas estratégicamente, iluminan la Biblia. En cuanto lee la primera palabra, algo líquido cae sobre aquella página de más de trescientos años y que es una de las joyas de aquel monasterio. El primer gesto del abad es de desagrado, solo faltaba que una gota de agua, procedente de alguna humedad, estropease aquella obra de arte, hecha de manera artesanal por los monjes que les antecedieron.

A aquella primera gota le sigue una segunda, y ahora que se fija bien no son de agua, son rojizas, espesas. Aterrado mira hacia arriba y lo que contempla le llena de pavor. Uno de sus hermanos está clavado en el techo, como Jesucristo, con los pies unidos por una gran estaca y otras dos en ambas manos, La sangre que cae procede de su abdomen que presenta una gran corte. El miedo que siente es superior a todo lo demás y un grito se escapa de su garganta haciendo que todos los demás reaccionen y viendo que tiene la mirada fija en el techo, todos lo hacen. El caos se apodera de aquel pequeño recinto, y todos intentan salir casi al mismo tiempo por la pequeña, vieja y desgastada puerta de madera que les separa del claustro. Algunos no pueden evitarlo y al salir al exterior vomitan. La impresión de aquel cadáver, de aquel que hasta hace poco compartía con ellos rezos y meditación, es demasiado grande. El último en abandonar la capilla es el abad, que no deja de santiguarse una y otra vez, como si de esa forma pudiese ahuyentar los malos demonios. Bajo el brazo lleva la Biblia, no puede permitir que se estropee todavía más.

Cierra la puerta y convida a todos los presentes a abandonar el claustro, Pide a uno de los más jóvenes que se encamine lo más rápido que pueda al pueblo, necesitan avisar a las autoridades y que investiguen que ha podido pasar, quién ha podido cometer semejante atrocidad. Lo escarpado del terreno que rodea al monasterio hace que el acceso al mismo sea complicado pero alguien ha debido entrar, alguien ajeno a todos ellos, y es necesario que el comisario de la villa se persone y empiece las pesquisas. El elegido es uno de los más jóvenes, atlético y el que sin duda podrá hacer el camino de manera más rápida y sin perder tiempo.

Todos deciden acompañarle a la puerta principal, necesitan que se sienta arropado y le desean que pueda volver pronto, le acompañarán durante el camino sus plegarias. Pero la puerta principal no puede abrirse, alguien la ha bloqueado desde fuera. El pánico empieza a apoderarse de aquellos monjes, cuya única dedicación es el estudio, la meditación y la oración. No están preparados para afrontar peligros, nunca se han visto en una situación parecida y no saben cómo reaccionar. De repente la campana empieza a sonar, se miran sorprendidos, están todos allí, entonces ¿quién está haciéndola tocar? Con paso indeciso, temerosos, se encaminan hacia el campanario, necesitan resolver aquel misterio lo antes posible. Pero ocurre otro hecho sorprendente mientras encaminan sus pasos hacia allí. Del cielo empiezan a llover hojas de papel, tantas que es lo único que se ve. Y entonces en medio de aquel caos, lo oyen, un grito, cercano, y comprueban aterrados como otro de sus hermanos cae el suelo entre gritos de terror y sangre que brota de las heridas que recorren todo su cuerpo. Nada se puede hacer por su vida.

Las hojas siguen cayendo, llenando el suelo, formando una capa cada vez mayor, cada vez más alta ya que no parece que aquella extraña lluvia tenga intención de cesar. Se encuentran paralizados, algunos se arrojan de rodillas al suelo implorando consuelo. Entonces los papeles que caen empiezan a agitarse, movidos por el aire que empieza a soplar, formando un remolino. Al mismo tiempo, empieza a escucharse un susurro, que poco a poco va subiendo de intensidad, hasta sonar aterrador. Los que todavía permanecen en pie, empiezan a correr despavoridos, pero hay tanta cantidad de papel en el suelo que se hace complicado. Los que están arrodillados están casi cubiertos por el mismo y no dejan de caer. Se empiezan a oír gritos, la sangre empieza a cubrir con su rojo, las blancas hojas de papel. El remolino empieza a tomar forma y algo indescriptible aparece ante ellos. Los demonios que ellos conocen, o que creen conocer, no tienen aquel aspecto aterrador. Sin dejarles respirar, sin darles opción a defenderse, y sin que puedan seguirlo con la mirada de la rapidez a la que se mueve, va matando uno a uno.

Cuando el último es abatido, la lluvia se detiene. Sobre los varios metros de papel, una figura alada, con largas garras más afiladas que espadas, de ojos rojos y extrañas extremidades en forma de pinzas, con una gran cabeza más parecida a un insecto que a otra cosa, muestra una mueca que quiere parecer una sonrisa pero en aquel rostro lo único que consigue transmitir es terror. Levanta sus pinzas y al instante todas las hojas de papel revolotean, formando un remolino que las agita, y las arrastra. De su boca brota una lengua bífida, y al instante del cielo cae un gran fuego que las consume al instante. Ahora en el suelo solo queda el cuerpo de los monjes, cubiertos de sangre. Aquella abominación se mueve y al hacerlo, de un cielo despejado empiezan a brotar cientos de rayos, llenando de una luz azulada y fantasmagórica, el monasterio. Con los brazos extendidos empieza a girar sobre sí misma, y desaparece poco a poco, como si se fuese deshaciendo. Luego el silencio.

El hermano Alfredo despertó sobresaltado. Sabía que no estaban permitidas aquel tipo de lecturas en la abadía, pero cuando decidió coger los hábitos y hacerse monje, no estaba dispuesto a renunciar a su pasión por los relatos de terror, aunque le provocasen pesadillas. Se levantó y sabedor de que quedaba poco para el servicio matutino en la capilla, se ciñó el cinturón de cuerda alrededor de la cintura, y salió de su celda. A lo lejos, un relámpago llenó la oscuridad de luz, el sonido de algo que no era un trueno, lo acompañó…

4 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page