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  • Foto del escritorPepe Ramos

UN RELATO


Bueno me faltaba por poner los últimos relatos que me han publicado, iremos poco a poco, aquí el del segundo certamen de relatos de terror de Editorial Donbuk y la portada del libro, para comprarlo, si os interesa, podéis buscarlo en la sección, otras apariciones.

AL SALIR DE LA OFICINA


Cae la tarde, con ella las primeras gotas de una fina lluvia que acabará siendo un diluvio. Como viene siendo habitual no ha cogido el paraguas, nunca aciertan los hombres del tiempo, se dice a sí mismo como excusa, pero la verdad es que odia esos chismes que con dos soplidos se doblan y se rompen. Mira hacia arriba, la negrura del cielo le indica que eso que cae no van a ser cuatro gotitas, a lo lejos los primeros rayos se vislumbran y los truenos llenan el silencio de la fría tarde.

Suspira, respira hondo. Tiene por delante un reconfortante paseo hasta su casa y aunque vive cerca del lugar en el que ahora se encuentra, la oficina donde pasa la mayoría del día, ese trayecto lo tiene que hacer sin que ningún techo le cobije. En el momento en el que se dispone a dar el primer paso, un trueno hace que se encoja ante la enormidad del mismo, poco después el resplandor del relámpago ilumina por un instante de fantasmagórica luminiscencia la calle en la que se encuentra, luego de nuevo oscuridad, y el ruido de la lluvia que ya cae con fuerza, será su compañera de viaje.

Agacha la cabeza y emprende una alocada carrera hacia la seguridad del hogar sin ser consciente que deja atrás la del edificio en el que estaba. Otro trueno y a lo lejos la figura zigzagueante de un rayo, hace que por un instante su cuerpo quede paralizado. En ese momento la razón se impone, y decide dar marcha atrás, esperar que la tormenta amaine y emprender entonces el camino de regreso a casa. Pero cuando gira sobre sus propios pasos, el edificio en el que espera ese cobijo, ya no está. No es que haya desaparecido es que una niebla espesa, aparecida de la nada, lo envuelve todo. Amante de las películas de terror, el miedo empieza a invadirle e intenta serenarse por un momento, pero todo lo que le rodea es del color blanquecino de la bruma. Se encuentra desorientado, empieza a sentir que el frío le atenaza.

Decide avanzar, sin saber a donde sus pasos le encaminan, mientras los truenos le acompañan en su deambular y la espectral luz de los relámpagos ilumina la blanquecina niebla. No hay nada más allá, no ve nada más. Necesita encontrar refugio. Un rayo cae a unos centímetros escasos de dónde él está y algo extraño sucede, en aquella masa brumosa algo parecido a una puerta parece abrirse y sin dudarlo hacia ella se lanza con la desesperación por bandera y la angustia por compañera, sin pensar en lo sobrenatural de ese acontecimiento, pero su mente se niega a pensar, es su cuerpo frío, anhelante de algo de calor el que toma las riendas.

Durante los segundos que siguen, se ve obligado a cerrar los ojos, una luz intensa, brillante le obliga a no abrirlos e incluso cerrados, aquel resplandor duele. Se agacha, usa el abrigo como protección y poco a poco parece que aquel brillo se amortigua. Nota que sus ojos se van acostumbrando y decide abrirlos. Será la última vez que lo haga. Ante él algo innombrable, indescriptible se alza. Una boca enorme, con afiladas cuchillas por dientes, tentáculos por miembros y ojos inyectados en sangre le mira. Su aliento es pútrido, como el de una montaña de peces en descomposición. Pero lo aterrador, lo que hace que la sangre se le hiele, es oír su nombre pronunciado por aquella abominación, que no puede tener garganta y sin embargo le llama. Un escalofrío recorre su cuerpo, y algo en su interior, tal vez ese instinto de supervivencia que todos llevamos dentro, le hace reaccionar y quiere empezar a correr, pero no puede, no hay ninguna superficie sobre la que hacerlo, allí, entre algo indefinible parecido a la niebla y al humo, solo hay dos cosas, aquella aberración y él.

Los ojos de aquella criatura se clavan sobre los suyos, y esa boca forma una mueca parecida a una sonrisa, a una demoniaca sonrisa. Cerró los ojos, y no volvió a abrirlos. Nunca se encontró el cadáver de un hombre que salió de trabajar una tarde de tormenta, no se supo que pudo ser de él. La tormenta duró apenas un par de minutos, pero sobre el asfalto, en el lugar en el que se detuvo, en el que cayó al suelo cuando fue cegado por aquella brillante luz, la silueta de un cuerpo dibujada en sangre, perduró para siempre.

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