Como se acerca Navidad os quiero hacer un regalo, tres relatos, tres. Besos y abrazos a repartir.
CAMA VACIA
Cuando aquella mañana despertó lo único que veía sobre la mesa baja del salón frente a la chimenea, era una botella de cava y dos copas, en las que los restos del brillante elemento refulgían bajo los rayos del sol, emitiendo destellos dorados sobre las paredes. Era un bonito espectáculo. Se giró y miró hacia el otro lado de la cama. No había nadie. Sobre la almohada restos de perfume le llegaron cuando la movió y entonces vio el sobre bajo la misma. Estaba escrito con la letra menuda y redondeada con la que solía hacerlo y otra oleada de fragancia le embriagó. Abrió el sobre color crema y sacó la hoja de pergamino que en su interior había. Estaba escrita con la misma letra y nuevas sensaciones le abrazaron cuando aspiró nuevamente la esencia que desprendía. La leyó sentada sobre la cama y apoyada en el cabezal. Cerró los ojos, no podía creer lo que la misiva decía.
Recordó los momentos vividos la noche anterior, la cena en el restaurante junto al lago, bajo la luz de una luna llena preciosa, la suave brisa acariciando sus rostros mientras una agradable música de piano acompañaba la velada. Había velas en cada mesa y una rosa roja. Él la cogió, la miró a los ojos y le dijo lo hermosa que era, más que cualquier flor. Ella se sonrojó, cogió la copa de vino y brindaron, entrelazándose las manos y saborearon aquel néctar rojo que les supo a gloria. Entonces él se levantó, dio toda la vuelta a la mesa y posó sus labios sobre los de ella, con dulzura, con ternura. Fue un beso maravilloso, la noche era perfecta y todo era bucólico.
Luego bailaron pegados durante toda la noche, se besaron y se dijeron mutuamente lo mucho que se querían. Más tarde se marcharon al hotel donde habían reservado habitación. Miles de estrellas les saludaban con su brillo, mientras la vía láctea al fondo parecía guiarles al paraíso. Se bajaron del coche, y pisaron la verde y fresca hierba del jardín del hall de entrada al hotel, donde una suite enorme les esperaba. Estaba llena de velas y pétalos de rosas lo cubrían todo. Sobre la pequeña mesa del salón y frente a la chimenea una botella de cava, dos copas y una caja de bombones para acabar la noche. Se arrodillaron ante el fuego y descorcharon la botella, vertieron un poco en cada copa y saborearon el oro líquido que contenía. Nada podía ser más maravilloso. Todo era felicidad.
Hasta que leyó la carta. Sus ojos no podían contener las lágrimas que de ellos se desbordaban. Él no estaba y no estaría nunca más. Se había ido para siempre. Tenía una enfermedad incurable y aquella había sido la última noche de su vida. Y quiso pasarla junto a la única mujer que había amado. Ahora miraba a su lado y solo veía una cama vacía. Acarició las sábanas y lloró. Se levantó y se dirigió al balcón, hacía una mañana maravillosa, los pájaros llenaban el aire con sus cantos y la belleza que envolvía el paisaje parecía surgida de una fotografía. Se subió sobre la baranda, sintió el aire fresco sobre su cara y el frío del metal de la misma en sus descalzos pies. Soltó la última lágrima y lanzó un último beso a la inmensidad azul del cielo que la miraba.
Saltó.
ALGO ACECHA EN LA OSCURIDAD
La oscuridad lo envuelve todo. El silencio también. He intentado moverme pero las cadenas en brazos y piernas me lo impiden. De todas formas de poco me hubiese servido la luz. Me han arrancado los ojos. He intentado gritar, pero nada ha salido de mi garganta, han extraído mis cuerdas vocales. Tengo frío, ninguna ropa cubre mi cuerpo. No sé qué hago aquí, ni siquiera recuerdo como he llegado, lo único cierto es que mi cuerpo está destrozado, me duele hasta el alma y nada ni nadie puede rescatarme. Nadie sabe donde estoy. Desconozco el tiempo que llevo atrapado en estas cuatro paredes que me sirven de prisión y sin duda de tumba también.
Aguardo la muerte, no tardará en llegar, lo presiento y la espero con impaciencia, no tengo fuerzas para luchar. Quisiera tumbarme y esperar a que venga, pero no puedo, ni siquiera puedo sentarme, las cadenas me lo impiden. Levanto la cabeza y escucho con atención, parece que algo acecha en la oscuridad. No es una cosa, son muchas. Se arrastran, las oigo, pero también vuelan o eso creo. Se oyen ruidos por todas partes, han salido de la nada y de repente, su presencia lo llena todo. Son fétidas, abominables, surgidas de algo obsceno y que no puede ser de este mundo.
Se acercan oigo su respiración, sus quejidos, sus lamentos. Están llenas de odio, de maldad y no les importa nada lo que pueda ocurrirme, sólo soy un elemento más en su cadena alimentaria. Hay algo en ellas aterrador, un escalofrío me recorre el cuerpo ¡están riéndose!, burlándose de mí. Me acorralan, las noto reptando sobre mis piernas, posándose sobre mis brazos. Su viscosa masa se derrama sobre mí lo llena de algo atroz que penetra cada poro de mi piel. Me abraso, quiero gritar y no puedo. Aquello sigue recorriendo cada rincón de mi ser, alimentándose de él, y a cada momento que pasa, noto como la vida se me escapa. Y en el fondo es un alivio.
Quema. La piel me arde. Quiero que todo acabe.
Dolor. Eso es lo que siento, un dolor tremendo que recorre todo mi cuerpo, llega al cerebro y se clava como puñales de fuego en mis neuronas. Ahora oigo otras cosas. Su olor es nauseabundo lo llena todo, llega a mis fosas nasales y las envuelve. Su putrefacto aliento me marea y el dolor es tan intenso que desfallezco. Mi esencia se evade y yo con ella.
Todo acaba. Me veo a mí mismo rodeado por lo que acecha en la oscuridad. Estoy flotando, veo la luz, voy hacia ella. Por fin soy feliz. De repente la luz se apaga. La oscuridad lo llena todo de nuevo. Se oyen risas, carcajadas pronunciadas por gargantas surgidas de lo más profundo de la maldad más absoluta. Ahora sí es el fin…
ANGELES
La luna, que brillaba solitaria y majestuosa en una noche estrellada, se reflejaba sobre la límpida superficie de las aguas. Las estrellas, que se podían contar por millares iluminaban la negra noche con su tintineo y la arena de la playa, blanca y finísima salpicada del verde de algunas palmeras, hacían del paisaje algo bucólico, algo fuera de este mundo. Tanta belleza le embriagaba y respiró profundamente, mientras abría los brazos y se llenaba los pulmones del aire limpio y ligeramente salado que la brisa, casi inapreciable y agradable empujaba hacia la orilla.
Una estrella fugaz cruzó el firmamento y cerró los ojos mientras pronunciaba en silencio un deseo, tal y como manda la tradición. Al abrirlos todo seguía igual, nada había cambiado y todo cuanto le rodeaba seguía emanando esa belleza que solo se aprecia en una buena obra de arte, o en una postal. Se giró despacio y se encaminó hacia la pequeña cabaña que hacía unos años se había construido alejada del mundo y en la que venía a refugiarse siempre que podía.
Se sentó en la tumbona bajo el porche que con sus propias manos había construido y se sirvió un par de dedos de un buen whisky escocés que guardaba para las grandes ocasiones, sin hielo y en vaso ancho. Volvió a cerrar los ojos mientras dejaba que el largo trago que había tomado le descendiera por la garganta dejando esa agradable sensación de calor y regusto amaderado del buen whisky.
La noche era realmente hermosa, más hermosa que cualquier otra que pudiese recordar y en aquel paraje había vivido muchas de ésas bellas que para cualquier pareja de enamorados hubiesen sido inolvidables. Tanta belleza no tendría por qué ser un tesoro para un solo humano, merecía ser compartida, conocida por todos, disfrutada por un mundo encerrado cada vez más en una negra capa de egocentrismo, de deber al trabajo y de ansiedad. De un mundo que caminaba inexorablemente a su propia destrucción, de un mundo incapaz de saber apreciar las pequeñas cosas hermosas que ofrecía la vida. Y sin embargo en lo más profundo de su corazón se alegraba de que aquel paraje siguiera siendo un secreto para el resto de la humanidad.
De repente se sobresaltó. Algo había roto el silencio de la noche, era casi inapreciable sin duda, pero real. Miró hacia el horizonte, hacia el reflejo de la luna sobre las aguas y contempló como la estática figura de la luna empezaba a temblar poco a poco. Las aguas, hasta ese momento tranquilas como una balsa de aceite, empezaban a oscilar y agitarse. Se levantó y se encaminó hacia la orilla donde un extraño fenómeno, que no sabía cómo definir se estaba produciendo. Ante su atónita mirada las aguas se abrieron y de su seno surgió una esfera luminosa, no más grande que una pelota de golf. Giraba en todas direcciones y refulgía como si de oro bañado por el sol se tratase. Estaba sorprendido y dio un paso atrás. Entonces aquello se acercó también a él manteniendo la distancia que tenía cuando surgió del mar. Reculaba cada vez más y el miedo se reflejaba en su rostro. ¿Qué demonios era eso? Entonces ocurrió algo todavía más increíble, aquella esfera empezó a crecer y crecer, alejándose de él a medida que lo hacía y pasando de tener cientos de colores a tan solo uno: un blanco tan intenso, que tuvo que cerrar los ojos para no quedar ciego de tanto resplandor. Sus sorpresas no habían acabado.
De en medio de aquella masa luminosa se abrió lo que parecía ser una compuerta, pero aquello no podía ser verdad, tenía que estar soñando o tal vez el whisky que se había tomado era de garrafón y le estaba sentando mal. Se pellizcó y comprobó, por el dolor que sintió que no estaba soñando. Entonces tenía que ser el licor, pero de reojo pudo comprobar que todavía tenía el vaso prácticamente igual que cuando empezó a degustarlo, por lo tanto no estaba borracho. Entonces era real, increíble, pero cierto.
De aquella abertura salió un extraño ser con apariencia humana pero mucho más delgado y alto. Debería medir casi dos metros y medio y apenas treinta centímetros de ancho. Emitía una ligera luminiscencia y parecía sonreír. No tenía nariz y tan solo dos largos ojos alargados y negros hacían compañía a una boca fina y grande sin labios. Se acercó donde él se encontraba y extendió la mano. Sólo tenía cuatro dedos y todos ellos del mismo tamaño.
A cada paso que aquel misterioso ser daba hacia él, eran dos que daba hacia atrás, hasta que no pudo dar ninguno más, había llegado a la pared de la cabaña. Aterrorizado abrió los ojos y miró con pavor la figura delgada que se acercaba hacia donde él se encontraba. A pesar de la sonrisa que tenía en su rostro, ésta no era suficiente para tranquilizarlo. Ya no podía ir a ningún sitio. Estaba acorralado. La pared detrás y aquel ser delante. No tenía escapatoria. Cerró los ojos y emitió una plegaria.
Lo que a continuación iba a suceder le iba a sorprender grandemente. Aquel hombrecillo alargado le habló directamente a su mente y las palabras que le dijo resonarían para siempre en sus oídos:
-Tus plegarias son escuchadas, no temas, vengo de parte de él. Ese al que llamáis Dios y que un día crucificasteis, al que no queréis creer y que sin embargo, invocáis en vuestras oraciones.
-¿Qui… quién eres?
-Si te dijese mi verdadero nombre morirías, porque vuestros oídos no están preparados para escuchar la pureza del mismo, pero si te diré que nos conocéis como ángeles.
-Estas bromeando ¿no?
-¿Crees que bromeo?
Se produjeron unos instantes de silencio y finalmente el extraño ser dijo:
-Un día él volverá y arrebatará a los suyos, pero hasta que llegue ese momento, su palabra será predicada en todos los rincones de la tierra. Entonces veréis su grandeza y su poder.
-AMEN.
La figura se alejó ligeramente y él se relajó. El amén había salido de su boca casi sin pensarlo y ahora se sorprendió por haberlo dicho. Él nunca había sido eso que se llama creyente y sin embargo tanta convicción demostró al decirlo que parecía un ferviente devoto lleno de fe.
-¿Me crees ahora?
-Te presentas delante de mí así por las buenas diciendo que eres un ángel, un enviado de Dios, ¿y quieres que te crea? Haz un milagro.
Algo mágico se produjo entonces. La figura cogió un poco de arena de la playa, sopló y ante sus atónitos ojos, una paloma emprendió el vuelo. Sin quererlo, absorto ante tal maravilla cayó arrodillado.
-Te creo.
La figura se giró mirando hacia el mar. Su rostro se transformó en una sonrisa maléfica, terrorífica y su cara otrora angelical se tornó en algo maligno, espantoso. Lentamente se volvió, y apuntando con su dedo al arrodillado hombre que miraba hacia el suelo extasiado, y con una voz sórdida, aterradora dijo:
-Seréis fáciles de conquistar, os lo creéis todo.
Poco después en el lugar donde se encontraba el pobre hombre sólo quedaba un montoncito de cenizas. Encaminó sus pasos hacia el borde del agua y levantó los brazos. Cientos de miles de pequeñas esferas llenaron la noche con su resplandor.