Este es el relato que da título al libro, espero que os guste y que esto os anime a comprarlo. También quiero deciros un par de cositas, la primera es que en mi blog estoy a punto de alcanzar la entrada 100 y para la ocasion haré algo especial, asi que no dejéis de seguir el mismo. En segundo lugar no olvidéis suscribiros a esta página web ya que os llevais un relato completamente inédito. Y en la sección de biografía podéis descargar completamente gratis el primer capitulo de mi próxima novela, y si veo interés os pondré también el primero de la novela en la que estoy trabajando, ahora a disfrutar de la lectura y como siempre digo, besos y abrazos a repartir.
¿HAY ALGUIEN AHÍ?
Era una tarde de invierno, de esas en las que la lluvia se mezcla con la nieve al caer y crea el invierno perfecto: gris, frío y poco acogedor. Pero me gusta la aventura, me encanta pasear bajo el aguacero, dejando que caigan sobre mí las gotas, sintiendo su frescura. Y como buen amante de la aventura no me iba a dejar encerrado un chaparrón como el que estaba cayendo, así que sin pensármelo dos veces, cogí el chubasquero, me calcé las botas de agua y salí sin miedo y decidido a la calle. No tenía ningún sitio al que ir, simplemente quería pasear bajo la tormenta, quería sentir el agua sobre mí, dejar que la nieve que mezclada con la lluvia había empezado también a caer, me refrescara el rostro. Ya os he dicho que soy amante de la aventura, y os puedo asegurar que pasear por las calles de mi ciudad cuando nieva, es una auténtica odisea, son estrechas, empinadas, y empedradas. Al abrir la puerta de la calle me saludó un viento helado, y unos copos de nieve fina me golpearon la cara, es ese tipo de sensación la que me gusta.
Empecé a caminar sin rumbo fijo, con la mirada puesta en el suelo procurando no resbalar ni salpicar en exceso los charcos que empezaban a abundar. Estaba de suerte ya que parecía que los astros y el destino se habían unido para hacerme vivir una auténtica aventura, ya que por increíble que parezca, al poco de vagar por las calles, la niebla empezó a hacer su aparición, mezclándose con la nieve que cada vez cogía más fuerza y dejaba a su compañera la lluvia rezagada hasta desaparecer finalmente. El viento también subía en intensidad, y a pesar de que conozco mi ciudad como la palma de mi mano y sería capaz de recorrer sus callejas con los ojos cerrados por un momento no supe donde me encontraba. Sentía bajo mis pies el inconfundible adoquinado de las estrechas callejas, notaba en mis manos la aspereza de las piedras de las fachadas, pero no conseguía identificar a cuál de las casas pertenecía. Vale la aventura me gusta lo justo y la que estaba viviendo había dejado de ser interesante, así que pensé que lo más sensato era volver sobre mis pasos y regresar a casa. Pero tenía un gran problema, con la niebla tan intensa y la nieve no veía nada, y aunque me pese reconocerlo, empezaba a sentir miedo. Intenté recordar el camino que había hecho, pero era imposible orientarme, todo cuanto veía a mi alrededor era blanco. Fue entonces cuando empecé a moverme. Si me serenaba un poco conseguiría retroceder sobre mis pasos y volver a casa, era cuestión de concentración, de dejar a un lado el miedo, serenarme y pensar. Tomé aire e intenté aislarme de todo para encontrar el camino de vuelta, pero cuando parecía que mi espíritu se tranquilizaba, escuché algo que me desvió de la esperanzadora idea de volver a casa. Parecía un quejido, un lamento, como si alguien se hubiese caído. Si era así tenía que ir a socorrerle. Pero me encontraba con un pequeño problema: no sabía la procedencia exacta de ese sonido. El viento podía traerlo desde cualquier dirección, así que me concentré e intenté escucharlo de nuevo. Sí, oía a mi derecha. Emprendí el camino hacia ese lado, procurando tener como punto de referencia sin separarme de ella, la fachada en la que me había apoyado ya que como no veía nada más prefería avanzar sin distanciarme de la misma.
Pero ocurría algo extraño ya que a medida que me iba acercando al lugar de procedencia del gemido, éste parecía alejarse. No estaba dispuesto a seguir aquel juego, ya que lo único que me apetecía era volver a casa. Pero ahora por querer ayudar a aquél que se lamentaba y haberme alejado del punto de origen, estaba absolutamente extraviado. Sí lo confieso, a pesar de mi conocimiento de la ciudad me encontraba sin saber dónde estaba. No podía ser muy lejos de mi casa ya que apenas había avanzado unos cientos de metros desde que salí, así que considerando que difícilmente podía ayudar a alguien que no veía y no sabía cómo llegar hasta él, tomé la decisión más sensata de intentar regresar a mi hogar. La nieve seguía cayendo, incluso con más fuerza y el viento no tenía la intención de dejar de soplar con virulencia. Para colmo la niebla era tan espesa que apenas se podía ver más allá de mis propias narices. Era la primera vez en mucho tiempo que me arrepentía de mi instinto aventurero. Entonces, justo en el momento en el que empezaba a tomar el camino de vuelta, lo volví a escuchar. Estaba bastante cercano y ya no era sólo un lamento, me pareció oír claramente la palabra ayuda. Así que estaba claro que tenía que sacar mi lado heroico y socorrer a quién me necesitase. Con todo el pesar del mundo tuve que dejar la seguridad de la pared para encaminarme hacia el lugar en el que con tanta nitidez había escuchado la petición de ayuda. Tenía que ir hacia la izquierda de donde me encontraba, así que no lo dudé más y con gran pesar de mi corazón por verme obligado a avanzar a tientas, fui hacia allí. Ahora sí que a medida que me acercaba el sonido era más nítido y efectivamente parecía ser alguien solicitando auxilio, concretamente una mujer joven, según deduje por la voz.
-No se preocupe, ya estoy llegando- dije para animarla.
Sin embargo no obtuve respuesta. Eso hizo que me preocupara, tal vez la fuerza del golpe que se había dado, deduje, había provocado que quedase inconsciente, por lo que decidí acelerar mi paso y volver a gritar que no se preocupase, que ya estaba llegando. Pero seguía sin escuchar respuesta. Entonces claramente escuché:
-Aquí, por favor dese prisa.
Pero esta vez el sonido provenía de mi derecha, a unos cuantos metros. Me había desviado del camino o tal vez no había sido capaz de orientarme todo lo bien que hubiese sido necesario. Entonces empezó a ocurrir un fenómeno extraño, la niebla empezó a levantarse a una velocidad vertiginosa y el viento empezó a amainar. Lo único que caía con más fuerza tal vez, era la nieve. Asombrado comprobé el paisaje que me rodeaba y no daba crédito a lo que veía. Ya no me encontraba en mi ciudad, sino en algún lugar boscoso, los edificios habían dado paso a árboles y los adoquines de la calle a piedras del camino. Estaba en medio de una floresta, eso ya era suficientemente sorprendente, pero lo era aún más teniendo en cuenta que lo más parecido a un bosque se encontraba a más de cincuenta kilómetros de mi casa. ¿Cómo había podido ir a parar a semejante sitio si apenas había recorrido unos cientos de metros? Todavía me quedaban muchas cosas por descubrir, desgraciadamente. Como la niebla ya se había disipado del todo, a pesar de que la nieve seguía cayendo, la visibilidad era bastante más aceptable que unos minutos antes, así que procurando mantener la serenidad y la calma, cosa por cierto harto difícil para mí que me asusto con facilidad, intenté descubrir donde me encontraba para conseguir orientarme y salir de ahí.
Estaba en un camino de tierra, o al menos tenía que serlo antes de que la lluvia y la nieve cayesen sobre él, porque ahora era una masa incierta mezcla de barro, tierra, agua y nieve, ya que todas las cosas se podían ver al mismo tiempo. Decidí seguir aquel que se encontraba a mi izquierda, simplemente porque fue el primer lado hacia el que miré. Ahora que observaba con detenimiento el paisaje que me rodeaba constataba con sorpresa que no se parecía en nada al que conformaba el bosque, por así llamarlo que se encuentra cerca de la ciudad. Éste era mucho más frondoso que aquél y los árboles eran de una especie distinta, o sea, que me encontraba en un sitio desconocido y al constatar esa terrible realidad el miedo me invadió. Ya os he dicho que me asusto con facilidad. Pero como ya había emprendido la marcha, decidí continuar por el sendero emprendido, tal vez encontraría algún lugar en el que me pudieran dar las indicaciones adecuadas para abandonar el bosque. Debo confesar que aquel sitio tenía una belleza singular, casi se podía decir que aterradora. Los árboles estaban muy juntos, tanto que casi formaban una especie de cúpula por la que difícilmente la luz del sol podía penetrar y eso hacía que permanentemente aquel sitio estuviese sumido en una gran penumbra, entonces, ¿cómo era posible que la nieve la atravesase? Era otro de esos misterios que estaba empezando a descubrir como habituales en aquel paraje y eso no me hacía ninguna gracia. El camino se extendía delante de mí de manera casi infinita y a ambos lados del mismo tan sólo se divisaban árboles, arbustos y más árboles. Si quería averiguar dónde me encontraba y que ocurría no me quedaba más remedio que empezar a moverme, entre otras razones porque estaba empezando a empaparme y lo último que me faltaba era pillar un buen resfriado. ¿Cómo podía poner en mi curriculum de aventurero que estaba perdido, asustado, empapado y constipado?
Durante varios minutos continué por aquel sendero sin notar cambios significativos en el paisaje, la lluvia y la nieve seguían cayendo, aunque parecía que la batalla entre ambas iba a ser ganada por la segunda ya que los copos cada vez eran más numerosos y las gotas cada vez más escasas. Empezaba a sentir el frío que traspasaba mis huesos y penetraba en mis entrañas, era necesario encontrar un sitio donde poder calentarme y rápido o corría el riesgo de morir congelado. Vale, puede que sea un exagerado, pero el poco sentido de la aventura que me quedaba se estaba esfumando y aparecía mi verdadero yo: el de un ser cobarde, asustadizo y para nada amante del riesgo. Vale, reconozco que os he mentido un poco, pero ¿quién no lo ha hecho en su curriculum? La situación empezaba a ser desesperada para mí. Para cualquier otra persona es posible que el frío que hacía tan solo fuese un poco de fresco y la nieve que caía sólo serían copitos, pero yo estaba convencido de que me encontraba en Siberia y que aquel lugar iba a ser mi tumba, y no hay nada más triste que morir enterrado bajo una capa helada de nieve, y sin sentir el calor de los rayos de sol sobre uno. Entonces cuando ya creía que en mi epitafio se leería "Murió congelado y resfriado", distinguí al fondo algo que parecía una luz, aunque a medida que me acercaba me sorprendí mucho cuando comprobé que no se trataba de faroles al uso, sino de antorchas, y lo más increíble de todo es que a pesar de la que estaba cayendo, se mantenían encendidas, parecía como si el agua y la nieve resbalasen sobre ellas y no les afectase. Otro misterio que tendría que resolver, pero como no tengo sangre detectivesca, en seguida lo descarté, lo único que quería era saber si en aquella pequeña casa podía calentarme un poco y tomar algo caliente.
Por una vez dejé de lado mi miedo, bien es cierto que solo de manera temporal, y me encaminé hacia la puerta. Antes me asomé por una de las ventanas situadas a ambos lados de la entrada. El interior volvió a sobresaltarme. No había nada que pudiese definirse como moderno. De hecho aquella casa parecía transportada en el tiempo. Desde la ventana podía ver dos estancias, lo que parecía ser el salón y la cocina. Del primero me sorprendió su austeridad y la escasez de muebles que se veían, me asombró que no hubiera televisión, pero lo más increíble de todo es que tampoco pude ver ningún ordenador, ni portátil ni de sobremesa, ¿cómo se puede vivir sin uno? Quién viviese allí tenía que ser un bicho raro, no había otra explicación. Por otro lado lo que parecía ser la cocina era todavía más austera. No había microondas, ni lavavajillas, ni vitro, ¡la cocina era de leña! Me pellizqué tres veces por si estaba soñando, y lo hice con tanta fuerza que me hice hasta daño, con eso lo único que conseguí fue constatar que efectivamente no soñaba y que la casa que tenía delante, por increíble que pareciese era real. Llegados a este punto decidí poner fin a la exploración de la residencia y llamar a la puerta. Mi primer acto reflejo fue buscar un timbre, tardé varios segundos en asimilar que si la iluminación de la casa se hacía con antorchas, la comida en cocina de leña y no tenían televisor (que atraso), lo raro sería que tuvieran timbre. Pero lo que no esperaba era encontrarme aquella especie de argolla colgada en medio de la puerta a modo de llamador. Tras golpear dos veces la puerta con ella, y viendo que nadie venía a abrir pregunté:
-¿Hay alguien ahí?
No obtuve respuesta.
Volví a golpear un par de veces y volví a preguntar:
-¿Hay alguien ahí?
Entonces ocurrió algo que hizo que el corazón me diese un vuelco: la puerta, aquella maciza puerta de madera, se abrió sola sin que sus goznes hiciesen el más mínimo ruido. En situaciones normales ese hecho hubiese sido suficiente para que pusiese pies en polvorosa y salir escopeteado de allí, pero cómo el frío era el que estaba tomando las decisiones en mi cuerpo, decidí que ya que se me estaba dando la oportunidad de entrar, no debía desaprovecharla. Podría encender un fuego y calentarme o simplemente coger una manta y abrigarme. Antes de entrar, volví a preguntar para asegurarme:
-¿Hay alguien ahí?
De nuevo el silencio por respuesta, así que movido por ese frío que me estaba empezando a atenazar, acabé de abrir la puerta y me introduje en el interior. El suelo era irregular, y todo el mobiliario que veía, aunque escaso, parecía fabricado en madera maciza, nada de los malos muebles suecos de aglomerado. Seguía atónito con lo que iba descubriendo en el interior de aquella cabaña, porque su tamaño no era excesivo. Todos los utensilios estaban hechos de materiales nobles y claramente con la sencilla utilidad de durar mucho tiempo. Aunque no había ningún fuego encendido ni ninguna bomba de calor, en el interior la temperatura era agradable, tanto que empecé a sentirme mucho mejor. Sentía la curiosidad correr por mis venas y viendo que no había nadie o eso parecía a pesar de que la puerta se había abierto por sí sola, decidí explorar el interior. Supuse que habría alguna otra estancia ya que me encontraba en aquel salón-cocina y seguramente tendría que haber alguna habitación en la que los ocupantes u ocupante de aquella casa durmiesen. A mi derecha, a escasos metros de la chimenea distinguí otra puerta y sin pensármelo dos veces me encaminé hacia allí. Tenía el mismo aspecto sólido que el resto de los muebles y algunas pequeñas grietas fruto de las contracciones debidas a los cambios de temperatura propia de las diferentes estaciones. La puerta se abrió con facilidad, y efectivamente aquello era un dormitorio. De nuevo y a pesar de que ya tendría que estar acostumbrado a la simplicidad de aquella casa, me sorprendí de lo escaso del mobiliario y de lo rústico que era, pero cuando me acerqué al catre la sorpresa subió de intensidad cuando comprobé que el colchón estaba relleno de paja.
De pronto una idea cruzó por mi mente, tal vez aquello era una casa rural y habían cuidado hasta los más pequeños detalles para ofrecer una auténtica experiencia alejada de cualquier tipo de tecnología. Continué la exploración de la casa durante unos minutos. Encontré otro dormitorio y lo que parecía ser una pequeña despensa, pero ni rastro de personas. Finalmente y ya que el calor había vuelto a mi cuerpo, decidí asomarme a la ventana para comprobar si las condiciones meteorológicas habían cambiado y de esa forma abandonar cuanto antes la seguridad que aquellas paredes me daban. Pero tras confirmar que seguía nevando, decidí que lo más prudente sería permanecer allí y esperar a que los dueños apareciesen para pedirles perdón por haber invadido su propiedad y solicitar refugio hasta que finalmente amainara. Y de paso pedirles si podían indicarme como abandonar aquel bosque y volver a casa. Hastiado de esperar, decidí acomodarme en una de las sillas de madera del salón. Me sorprendió lo cómoda que era a pesar de no disponer de cojines y estar hecha totalmente de madera. Entonces ocurrió algo que me heló la sangre. Junto a mis pies, y sin previo aviso se abrió una trampilla que estaba oculta bajo una alfombra y que yo no había visto. El susto que me llevé fue tan grande que me quedé inmóvil, paralizado por el miedo. Para aquellos amantes de la morbosidad debo confesar que estuve a punto de orinarme encima. De aquella abertura del suelo surgió un hombre alto, de anchos hombros, pelo largo y barba frondosa. Llevaba una enorme hacha al hombro. Me miró pero no noté sorpresa alguna en su rostro, era como si supiese que estaba ahí. Intenté hablar y decir que lamentaba haberme introducido en la casa sin que me lo autorizasen, pero era incapaz de articular palabra.
Cuando todo su enorme cuerpo hubo surgido, cerró la trampilla, y me dijo:
-Si preguntas si hay alguien y no te contestan, a lo mejor es que no quieren que sepas que hay alguien.
Aquella enigmática frase me dejó pensativo.
Entonces sin previo aviso aquel hombre me cogió con un sólo brazo y me arrastró literalmente al interior de aquel sótano. Lo que me iba a encontrar allí abajo no se puede describir con palabras. Cuerpos mutilados, cadáveres colgados de enormes ganchos que partían del techo, sangre por todas partes, vísceras diseminadas por el suelo... no lo pude evitar, me meé.
-Ellos también preguntaron si había alguien, y tampoco obtuvieron respuesta.
Sin darme tiempo a reaccionar me encontré tumbado en una mesa y con las muñecas y los tobillos atados con enormes cadenas. Nada podía hacer para evadirme. Sabía que mi final, viendo cuánto me rodeaba estaba cercano y entoné una oración. Vi el hacha levantarse y cerré los ojos, no tenía el valor para ver mi cuerpo descuartizado. Sólo tuve un último pensamiento que quiero compartir con vosotros; cuando llaméis a una puerta y preguntéis: ¿hay alguien ahí?, sino obtenéis respuesta, no insistáis, marcharos, huid, porque seguramente los que están en el interior no quieren que sepáis que están ahí.