Aquí os dejo un fragmento de este relato que podéis encontrar en el libro "¿Hay alguien aquí?. Si queréis saber mas, tendreís que comprar el libro jejeje. Besos y abrazos a repartir.
LA MANSIÓN ROCHELLE
Estábamos realizando unos trabajos de jardinería cuando todo empezó. No sabría decir el momento exacto en el que ocurrió pero no olvidaré nunca aquellas horas. Habíamos ido, unos trabajadores y yo a quitar las malas hierbas que pululaban en el jardín de la vieja y abandonada finca que heredamos, mi hermano y yo, de un tío que hace años había hecho las Américas, y de paso realizar algunas reformas.. La verdad es que el aspecto de la casa era desolador o tal vez tendría que decir aterrador. Mientras las mansiones que se encontraban cerca de ella mostraban unos jardines llenos de verde y floreados, la nuestra, así la llamaré a partir de ahora, estaba llena de malas hierbas, de espinos y de hiedras que lo llenaban todo. Sobre su tejado siempre se veían nubes, y la visibilidad era escasa, en contraste con el sol que llenaba de luz y color las casas vecinas. El viejo muro que la rodeaba era de piedra, construido para resistir los envites del tiempo y de la meteorología. Sobre el mismo se distinguía alambre de espino oxidado y retorcido.
El acceso a la finca se realizaba por una enorme verja metálica, acabada en afiladas puntas semejantes a lanzas, y de dos cuerpos. Lo primero que se veía al atravesarla era un camino sin asfaltar, empedrado, y sobre todo un sobrecogedor jardín, en el que extraños arbustos desconocidos para mí, convivían con unas no menos extrañas plantas que parecían reptar a voluntad sobre los troncos retorcidos y arrugados de los primeros. Es como si tuviesen vida propia. Todo ambientado con un olor nauseabundo, mezcla de descomposición y de solo Dios sabe que más. Vista desde la entrada la fachada parecía un enorme y aterrador rostro dispuesto a saltar y devorar al incauto que osase adentrarse más allá de la reja.
Pero lo peor, y aún no lo sabíamos, se encontraba en su interior.
Cuando hace unos meses vino a verme Luis, el abogado de toda la vida de la familia, para decirme que Jean Pierre Rochelle, un lejano tío, había fallecido y nos había dejado como herencia la mansión a mi hermano y a mí, al principio no podía creerlo, por varios motivos. El primero y más importante es que no tenía ni idea de que tenía un tío llamado Jean Pierre, mucho menos que fuese rico. Pero lo más increíble es que nos dejase a nosotros lo que sobre el papel parecía una enorme casa. Luis nos explicó que en realidad era un tío lejano, y que éramos los únicos herederos que quedaban con vida. Aquello me llevó a investigar el árbol genealógico de la familia y en una rama perdida aparecía él. Pero por más que busqué no conseguí ningún tipo de información sobre su persona. Era como si nunca hubiese existido.
Llamé a mi hermano, que por aquellos tiempos vivía en Londres, y le comuniqué lo que Luis me había dicho y se mostró tan sorprendido como yo. Me dijo que no podía venir de inmediato porque tenía unos negocios importantes que cerrar, pero que en cuanto pudiera me llamaría y acudiría a verme. La condición indispensable para hacernos entrega de la casa es que teníamos que estar los dos presentes en el momento de la entrega de las llaves. No sabíamos el motivo, pero parecer ser que mi tío, al que llamaré a partir de ahora de ese modo, así lo quería. Tuve que decirle a mi hermano que intentase venir lo antes posible ya que teníamos diez días para acudir a la casa del notario dónde se nos darían las llaves y lo que era más increíble una serie de documentos y diarios que pertenecieron a mi tío y que éste había dispuesto que fuesen entregados como legado a los herederos de la casa. Al principio pensé que se trataría de informes contables, de planos o de cualquier cosa que tuviese relación con los negocios de aquel hombre al que nunca conocimos.
Confesaré que a pesar de la curiosidad que sentíamos por aquellos papeles, no les prestamos atención cuando nos los entregaron y los guardamos en uno de los armarios de mi oficina, ya que lo que de verdad nos atraía era el deseo irrefrenable de visitar la mansión y descubrir qué tesoros, porque no dudábamos de que alguno tuviera, encerraba. Tal vez si los hubiéramos estudiado lo que acaeció después hubiese podido evitarse, pero no se puede cambiar lo ocurrido. Fue días después cuando rebuscando unas facturas encontré la caja que tan celosamente había guardado y de la que si soy sincero, casi había olvidado. Abrí el primero de lo que parecían ser unos diarios, escritos con una letra menuda y apretada. Pero perfectamente legible y comprendí la terrible verdad que encerraban. Aunque ya era tarde y el mal estaba hecho.