Hace mucho tiempo, en una población muy lejana... bueno no tan lejana, que me emociono. Lo que quería contaros es que cuando vivía en La Llagosta, publiqué mi primer relato en una revista local de la cercana población de Santa Coloma de Gramanet. Me imagino que como a todos os ha pasado la primera vez que os publican algo os da un subidón, pues eso fue lo que me pasó a mí, me hizo mucha ilusión. La versión que os pongo aquí es algo más ampliada y es la que aparece en el libro "Bocados de terror", espero que os guste, besos y abrazos a repartir.
DESOLACIÓN
Las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer sobre el parabrisas delantero. Era lo último que le podía pasar en aquella noche negra, fría y misteriosamente silenciosa. Hacía rato que se preguntaba por qué extraño motivo había aceptado la invitación de su amigo para asistir a una fiesta, en la que, si era sincero consigo mismo, no pintaba nada. Y eso que cuando le llamaron por teléfono, el día, porque aunque ahora pareciese imposible era de día, estaba soleado, y el canto de los pájaros se podía oír a cada instante.
Pero por esas extrañas cosas de la madre naturaleza, la noche había empezado a caer rápidamente, demasiado rápido tal vez, para los gustos de Juan. Y no sólo eso, sino que la temperatura había descendido bruscamente y una espesa niebla se había apoderado de la ciudad y encima, por si no hubiese bastante, ahora se ponía a llover, aunque por la forma en que lo estaba haciendo aquello no era lluvia, era el diluvio universal. ¡Con lo bien que estaría en su casa, sentado en su sillón favorito, viendo la televisión y disfrutando de un buen vaso de cerveza helada en la mano! Y sin embargo se encontraba en el interior de su coche, en una carretera desconocida y en una noche, porque era de noche a pesar de la hora que era, de perros.
Levantó la vista nuevamente, para asegurarse que lo que acababa de ver era cierto porque no podía creer lo que sus ojos le confirmaban como verdad inexorable. Frenó, con tal fuerza que a pesar de que la lluvia que caía cubría la carretera en su totalidad, dejó parte de las ruedas sobre el negro y frío asfalto. Dio marcha atrás y para asombro suyo no tuvo más remedio que aceptar lo que sus ojos nuevamente le mostraban: estaba perdido. Miró a su alrededor desesperado, la niebla era cada vez más espesa, la noche más negra y la lluvia más intensa. No había un resquicio por el que la luz se pudiera filtrar y los faros de su coche, apenas servían para iluminar unos centímetros por delante. Pero el cartel que aparecía ante sus ojos era la prueba definitiva de que se encontraba, no sabía si lejos o cerca de su destino, pero si perdido, completamente perdido, sobre todo teniendo en cuenta el rato que llevaba conduciendo, puesto que apenas hacía una hora que se había puesto al volante y ya tendría que haber llegado a su destino, a casa de un amigo que tendría delante un buen vaso de güisqui con dos cubitos de hielo y estaría disfrutando de buena música. Se frotó los ojos y volvió a mirar el cartel que estaba delante de sus narices.
-No sé donde estoy. Estoy perdido, y no tengo ni idea de en que carretera me encuentro ni dónde se encuentra ese maldito pueblo. ¿Cómo puedo haberme extraviado?
Abrió la guantera del coche y sacó el mapa de carreteras que llevaba siempre a mano para los pocos y escasos momentos en los que solía extraviarse, puesto que era un conductor experimentado y con un sentido de la orientación que podría definirse como sobrenatural y sin embargo debía reconocer que se encontraba perdido, más que nunca y una extraña sensación de agobio empezaba a florecer en un corazón que poco a poco notaba como se iba acelerando y como era incapaz de frenarlo. Miró de nuevo el cartel y ya había olvidado las veces que lo había hecho y solo esperaba que estuviera equivocado y que en una de las veces en las que pusiera sus ojos en aquel odioso panel, apareciese algo distinto. Pero el nombre del pueblo que estaba indicado en ese cartel no aparecía en la ruta que hubiese tenido que tomar, de hecho esa población no figuraba en ninguna ruta que estuviese cerca del lugar de donde había salido.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y una sensación de angustia le invadió de repente, y los latidos de su corazón aumentaron en intensidad y en velocidad y era capaz de notarlos en sus sienes. Empezó a ojear el índice de pueblos que aparecía al final de la guía de carreteras que tenía en la mano y esa sensación de angustia no hizo sino aumentar, se hizo más intensa, más real: no había ninguno con ese nombre en aquella zona. De hecho no existía ningún pueblo con ese nombre en el país. Y sin embargo, y de eso ya estaba seguro, aquello que tenía delante era claramente el panel indicador de una localidad, dando a todos los conductores la bienvenida a la misma.
Juan se encontraba verdaderamente confuso, asustado y angustiado. Un bonito cóctel. Volvió a preguntarse: “¿Dónde estoy?”. Inhaló una gran bocanada de aire que expulso lentamente e intentó organizar sus pensamientos. Quizás el pueblo fuese tan pequeño que no se habían molestado en incluirlo en la guía y por eso no aparecía, o quizás fue simplemente un error, de los tantos que se cometen, eso es lo que quería creer. Pero algo en lo más profundo de su ser le decía que no era así y su ansiedad y su angustia aumentaban. Y el corazón se encontraba al borde de la taquicardia. Unas gotas de sudor frío empezaron a rodar por sus mejillas y su frente empezaba a estar empapada. Por enésima vez miró el cartel. “Bienvenidos a Desolación”. Eso es lo que rezaba el cartelito de marras y por más que miraba y remiraba, y buscaba y rebuscaba en la guía, no aparecía por ningún lado. Intentó serenarse de nuevo, cosa que no era fácil, pero sino quería perder la cabeza en aquel coche, en aquella carretera perdida y en aquella noche negra como el azabache, debía hacerlo.
-Me acercaré al pueblo y preguntaré allí donde me encuentro y dónde se encuentra la carretera que necesito. Supongo que todo habrá sido un error absurdo de alguien que olvidó incluirlo en la guía, aunque no me extraña... con el nombrecito que tiene.
Intentó poner en marcha el coche y salir de allí lo más rápidamente posible, pero los nervios, la temperatura exterior que, misteriosamente había descendido de manera vertiginosa o alguna extraña y sobrenatural causa ajena a él se lo impedía. El coche quería arrancar, era cierto, el motor rugía, pero sin embargo ni un solo centímetro de carretera había conseguido avanzar. El sudor, que ya le impedía casi por completo la visión, ya no era frío, era gélido y la angustia, esa sensación que le oprimía en el pecho, se iba convirtiendo en miedo, el miedo en terror y el terror en pánico... Decidió que tenía que salir, que tenía que abandonar aquel vehículo y tomar una enorme bocanada de aire por muy álgido que fuese el que se respiraba en el exterior del coche, y pensó que esa sería la única manera que le quedaba de serenarse: respirar aire y pasear un rato por la lluvia, que seguía cayendo, y empaparse hasta los huesos. Intentó abrir la puerta de su lado y aunque no tenía el seguro puesto no podía, era como si una fuerza extraña, ajena a él y al mundo que le rodeaba, le empujase desde el otro lado y le impidiera abrirla. Probó con la puerta del lado del copiloto y tampoco pudo. La angustia que se había convertido en terror le golpeó con fuerza en el corazón.
Nunca llegó a ver la extraña silueta que envuelta en una túnica negra se deslizaba entre las sombras, acercándose al coche. Nunca llegó a ver el terrible brillo de la guadaña bajo las gotas de lluvia que refulgía como el oro bajo los rayos del sol. Nunca llegó a oír la carcajada surgida de las profundidades más sórdidas de la tierra que rompió el silencio de la tenebrosa y lóbrega noche. Y sin embargo, entre espasmos, temblores y sudores fríos y con una aguja en forma de desolación clavada en su corazón, la mano de la muerte acarició su rostro, sumiéndole en un profundo sueño del que nunca llegaría a salir.