Como no sólo del último libro vivo yo, hoy comparto con vosotros un reslato que aparece en el primero de los libros de relatos que publiqué. Se titula Fe, y forma parte de un grupo de relatos que se titula "Paeando por Toledo" y que tiene como base de inspiración, un monumento, un lugar, una plaza, de esta bella ciudad. Este, está inspirado en la catedral, Espero que os guste. Besos y abrazos a repartir,
FE
Llevaba varios minutos contemplando la belleza de la catedral. Estaba extasiado ante tanta hermosura, ante la majestuosidad de aquellas construcciones medievales que eran un prodigio de ingeniería y en el caso de las catedrales, un himno a la fe. Aquellas piedras tendrían tantas cosas que contar, tantos misterios y secretos escondidos que revelar, que si hablasen sus cimientos temblarían. Había recorrido su perímetro dos veces y seguía boquiabierto, absorto en cada rincón de aquella mole centenaria. La campana replicó y unos pocos pájaros, que se encontraban en sus cercanías, emprendieron el vuelo, asustados. Y entonces lo vió.
Uno de los ángeles que custodiaban una de las puertas de entrada, se movió, descendió de la pared y espada en mano se colocó frente a él. Su cuerpo refulgía como el oro bajo los rayos del sol que incidían sobre su cuerpo. Era tan blanco su ropaje que tuvo que cerrar los ojos para poder mirarlo sin que su vista se resintiese. No supo por qué lo hacía pero se arrodilló.
-No temas- le dijo el ángel- me llamo Rafael.
Al oír aquellas palabras, un sudor frío recorrió todo su cuerpo. Era uno de los arcángeles, los generales, por decirlo así, del ejército de Dios.
-El altísimo te ha elegido para redimir esta ciudad del pecado. Coge esta espada y con el poder y la autoridad que Él te da, acaba con aquellos que han teñido su corazón con la oscuridad del pecado. Su poder te guiará.
Le tendió aquella espada que parecía estar hecha de oro y cubierta de piedras preciosas y la observó ensimismado. Era ligera pero brillaba con tanta intensidad que millones de reflejos se extendían en todas direcciones. La blandió con maestría, como si la esgrima formase parte de su vida cotidiana. Sin más miramientos se encaminó hacia una de las calles laterales que confluían en la plaza donde se encontraba la seo y guiado por un misterioso haz de luz empezó a cortar las cabezas de aquellos cuyo reflejo lumínico estaba bañando en negrura. Le movía la fe.
Recorrió cientos de metros y se encontró con un montón de transeúntes. A uso les sesgaba la testa, a otros le perdonaba con el signo de la cruz. Necesitaron cinco policías y varios balazos para detenerlo. Mientras caía al suelo, espada en mano, seguía gritando:
-Tu mano me guía, Señor, hacia la victoria.
En un rincón de la plaza enfrentada a la catedral un hombre, sentado en las escaleras de un edificio colindante, contemplaba extrañado como un hombre, al pasar bajo la puerta del templo se arrodillaba. Llevaba una espada en la mano, frente a él y a pesar de que parecía hablar con algo, no había nada ni nadie.