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Foto del escritorPepe Ramos

¿Hay alguien aquí? (IV)


Hoy os dejo otro de los relatos que podéis encontrar en el libro ¿Hay alguien aquí? de venta en librerías del Vallés Oriental y Occidental, en cualquier librería física de España y en la página web de Editorial Egarbook, en la sección de librería. Espero que os guste el relato y os anime a comprar el libro. Besos y abrazos a repartir.

LA CABAÑA DEL LAGO

Entonces… se escuchó un grito.

Aquello me sobresaltó, no tenía que haber nadie en aquella casa en el bosque, al menos es lo que me dijo el hombre al que se la compré hacía una semana. Una preciosa cabaña, cerca de un lago, para pasar los fines de semana alejado de todo, y de todos. Un bonito enclave para pescar y relajarme, entonces ¿qué había sido eso? Apagué el todo terreno y me acerqué despacio. Cogí la barra antirrobo, pensaba utilizarla como arma si fuese necesario.

Estaba ya a pocos metros de la puerta de entrada, cuando se escuchó otro grito. Si el primero me sobresaltó, este hizo que la piel se me erizase, y una sensación cercana al pánico me invadió ya que sonaba aterrador. Intenté orientarme hacia el lugar en el que lo había escuchado, y pude comprobar que no procedía de la cabaña, sino del bosque cercano, tal vez del lago en el que tan feliz me las prometía. Armado de valor, me adentré unos metros en aquella exuberante vegetación, agarrando con tanta fuerza la barra antirrobo, que tenía los nudillos blancos. No soy hombre de gran valor y debo confesar que las piernas me temblaban, un sudor frío recorría cada centímetro de mi piel, y mi corazón parecía desbocarse de lo rápido que latía.

No recuerdo cuantos metros avancé, pero cuando quise darme cuenta una agradable penumbra lo cubría todo, aquello solo podía significar una cosa, que era una arboleda densa, ya que la luz del sol apenas podía atravesar las copas de unos árboles que se elevaban como obeliscos. Avancé un poco más, a cada paso que daba la oscuridad se hacía más patente. Oí algo a mi derecha y noté como se me helaba la sangre. No sabría definir que era aquel sonido, pero no eran pasos. Me quedé inmóvil, deseando que los latidos de mi corazón no delataran mi presencia de lo fuerte que sonaban.

Decidí dejar a un lado la cobardía y defender lo que era mío, así que atravesé un pequeño grupo de matorrales, que me provocaron miles de cortes, y aparecí en un pequeño claro, junto al lago de aguas más transparentes que he visto en mi vida. La palabra bucólico se queda pequeña para describir la belleza de aquel sitio. Me quedé hipnotizado, me sentía un hombre afortunado rodeado de tanta beldad, pero entonces volví a escuchar aquel sonido. Sentía la sangre como bombeaba a mi cerebro, que necesitaba con urgencia una dosis extra de oxígeno para no perder la cordura y aplacar los nervios que, sin llegar a atenazarme, amenazaban con paralizarme.

Otro pequeño arbusto separaba el lugar en el que me encontraba del que procedían los sonidos, así que lo atravesé, apartando las ramas con la barra que llevaba y entonces lo vi. Nunca he experimentado el terror de manera tan nítida como ese día. No puedo definir con palabras que era aquella cosa, parecía un gusano enorme, con una boca llena de afilados dientes tras los cuales solo se divisaba una oscuridad infinita. Su piel parecía escamosa, dura, pero no me acerqué a comprobarlo, bastante tenía con mantenerme a cierta distancia de aquel engendro del demonio. En el suelo, se podían ver algunos restos que parecían humanos y sin duda tendrían que serlo ya que los gritos que yo había escuchado eran de mujer, y los trozos de ropa que vislumbré así lo demuestran.

Intenté alejarme sin hacer ruido, pero apenas había dado el premier paso, cuando aquello se giró hacia mí. No sé cómo pudo oírme ya que no parecía tener oídos, y tampoco tenía ojos, pero se dirigió hacia mí y no reptaba como hacen los gusanos, iba erguido, no puedo explicar cómo podía hacerlo, pero juro por todos los santos que lo hacía.

Corrí, arrojé la barra a aquella boca putrefacta e intenté alejarme de allí lo más rápidamente que mis piernas me permitieran. Ni siquiera miré hacia atrás, lo único que quería era poner tierra entre aquella aberración y yo. No sé cómo lo hice pero conseguí aparecer casi por el mismo sitio por el que penetré en aquel obsceno bosque y monté en mi todo terreno. Arranqué y pise a fondo el acelerador y no he dejado de pisarlo hasta hace apenas unos minutos, cuando la estrecha carretera, rodeada de árboles, ha dado lugar a otra en la que no crece absolutamente nada en sus cercanías.

He respirado profundamente y he bajado del coche, necesitaba pasear y tomar algo de aire para asegurarme de que aquello había sido una pesadilla, pero cuando miré la parte trasera del vehículo, el terror me invadió nuevamente y a punto estuve de caer desmayado. Algo afilado se había clavado junto a la ventanilla. Era un diente. Entonces me desmayé.

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